Miércoles 26 de octubre de 2011, 19:30hs.
LA COCINA de David Blaustein y Osvaldo Daicich
Producción
Ejecutiva: David Blaustein. Guión: Eduardo Blaustein. Edición: Juan Carlos
Macías y Juan Pablo Lattanzi. Fotografía y Cámara: Pablo Yannieli. Fotografía y
Cámara Segunda Unidad: Matías Iaccarino. Cámara Adicional: Marcelo Tejero. Postproducción
de Sonido: Carlos Olmedo y Pablo Demarco. Sonido directo: Pablo Demarco y
Nicolás Tabares. Jefe de Producción: Nuria Arnaud. Investigación: Magali Coppo
y Vanina Farias. Estudio Jurídico: Julio Raffo y Viviana Dirolli. Estudio
Contable: Sonia Serrano. Estudio de Postproducción de Sonido: Triciclo. Asistente
de montaje de pistas de sonido: Rafael Bobadilla. Diseño Gráfico: Lía Parsons. Prensa:
Bucky Butkovic
PAGINA 12 - Sábado, 18 de junio de 2011
CINE › DAVID BLAUSTEIN Y OSVALDO DAICICH PONEN A PUNTO EL
DOCUMENTAL LA COCINA
“La nueva ley
democratiza la cultura”
Cuando la Presidenta
anunció que enviaría al Congreso el proyecto de la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, los cineastas salieron a rodar a la calle, con la
idea de que se estaba ante un hecho histórico. Todo el debate posterior está en
el film.
Por Emanuel Respighi
La decisión de la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner de enviar al Congreso el proyecto de
la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en 2009, puso al descubierto
como nunca antes en la historia argentina los intereses económicos y políticos
detrás de los medios de comunicación. Desde su anuncio en la inauguración de
las sesiones ordinarias del Congreso de aquel año, hasta su posterior
aprobación en el Senado, el 10 de octubre, un intenso debate mediático sobre la
vigente ley ocupó horas y horas en radio y TV, además de llenar toneladas de
hojas de diarios y revistas. Sin embargo, el centro de la discusión –que aún
hoy persiste, no sólo en el campo periodístico, sino también en el judicial–
siempre estuvo viciado de lobbies y presiones, más cercanos a argumentar
interesadamente que a analizar cada uno de los más de cien artículos de una ley
que fue debatida durante un año en 24 foros a lo largo y ancho del país. Sobre
todo lo que puso en juego la nueva legislación, que comienza a cambiar el mapa
de medios audiovisuales argentino, se basa La cocina, el documental que David
Blaustein y Osvaldo Daicich están a punto de terminar.
La repercusión mediática
y social que alcanzó el debate en torno de la Ley de Servicios de Comunicación,
que terminó por reemplazar a la promulgada en 1980 por la dictadura militar,
probablemente haya sido uno de los acontecimiento políticos más significativos
desde la apertura democrática. No sólo por la voluntad del Gobierno de regular
por primera vez el mapa audiovisual, a través de una política comunicacional
discutida y comparada con otras legislaciones, y con el objetivo de equilibrar
las asimetrías y la concentración mediática que el mercado había instituido
durante los noventa. También fue (es) un debate distintivo por la activa
participación ciudadana con que contó la iniciativa, tanto en el armado del anteproyecto
(basado en los 21 puntos presentados por la Coalición por una Radiodifusión
Democrática), como en la posterior defensa del proyecto al ingresar al Congreso
Nacional, con masivas manifestaciones en su apoyo.
Conscientes del valor
histórico de la Ley 26.522, y contando en sus espaldas con la experiencia de
Porotos de soja, el documental que dio cuenta de otro acalorado debate
mediático-político-económico surgido con la famosa resolución 125, Blaustein y
Daicich volvieron a echar mano al cine urgente y de emergencia. “La cocina
surgió exactamente de la misma necesidad de reflejar lo que pasaba en la
sociedad y en los medios con la que nos habíamos embarcados para hacer
Porotos...”, cuenta Coco Blaustein. “Cuando se presentó la ley, en Casa de Gobierno,
hicimos la primera jornada de rodaje en la calle con la misma idea de
Porotos...: que se trataba de un evento histórico que no había que perderse,
que algo iba a desnudarse en el debate de una nueva ley de medios. Pero, por
suerte, con una diferencia con Porotos...: empezamos a rodar con un criterio
más cinematográfico”, reconoce el director de Cazadores de utopías y Botín de
guerra.
–¿A qué se refiere con
que La cocina tiene un criterio más cinematográfico que Porotos...?
David Blaustein: –Cuando
surgió el debate de la 125 hicimos en Porotos de soja un cine urgente y
emergente, que no tiene los tiempos de un documental cinematográfico en
términos de investigación, rodaje, montaje, edición, guión y estética. Cuando
terminó el debate en el Congreso, nos sentamos a discutir y definir las líneas
generales de la película con mi hermano (Eduardo Blaustein), para que
escribiera el guión. Eso no había sucedido en Porotos..., que fue una película
más de calle. Aquí rodamos en función de una estructura, basado en el debate
sobre la ley en el Congreso, la red privadas de medios, lo que sucedía en las
afueras, la judicialización posterior de la ley, y el cierre yendo al interior
a filmar experiencias, que es cuando la película definitivamente aparece.
Osvaldo Daicich: –Al
igual que con la 125, en relación con la Ley de Servicios de Comunicación había
un ping pong muy brutal entre la visión y los intereses del gobierno nacional y
la que ostentaba parte de la red privada de medios audiovisuales.
–¿Terminaron de comprender
la influencia y la necesidad de la ley en el funcionamiento mediático de las
ciudades más alejadas de Buenos Aires?
D. B.: –Es que en la
Argentina profunda y olvidada por los grandes medios de comunicación es donde
con mayor certeza se comprenden los alcances de la ley. Grabamos diferentes
experiencias de cooperativas en Santa Fe, Córdoba, Tucumán, La Pampa, Neuquén y
Viedma. Después de toparnos con estas otras realidades, que la visión
porteñocéntrica del debate no contemplaba, la película tomó sentido. La cocina
tiene una estructura narrativa de montaje paralelo entre las experiencias
comunicacionales de las provincias y el debate y la estructura de medios en
Buenos Aires. Nuestra hipótesis es que la ley no tiene garantizada su
sustentabilidad hasta que los sectores populares no la asuman como propia.
O. D.: –Lo que
encontramos en las experiencias comunicacionales de las provincias manejan una
agenda diferente de la de los grandes medios de comunicación y, por lo tanto,
construyen otro tipo de ciudadanía. En esos lugares de mediana escala, que en
los ’90 fueron mercados marginales porque no eran rentables, encontramos
agendas noticiosas en radio y canales locales que representan a la sociedad
civil.
–¿Creen que mucho tiene
que ver el sistema cooperativista desarrollado en distintas ciudades del
interior?
O. D.: –El sistema
cooperativista en la Argentina es vital. Hay provincias que sostienen su
sistema comunicacional a través de cooperativas, que ofrecen hasta triple play.
Ese mapa está silenciado por los medios nacionales. La ciudadanía está presente
en los medios cooperativistas. La ley terminó de hacer visible y de darle el
mismo lugar que a los privados a las formas de comunicar no comerciales. Que el
33 por ciento del espectro radioeléctrico esté reservado a ONG pluraliza la
comunicación.
D. B.: –La información
es una cuestión estratégica, de discusión pública y de construcción de
ciudadanía. Es interesante ver cómo los medios traccionan en la vida cotidiana.
En los pueblos los medios locales siguen siendo un lugar de comunidad y un
elemento formativo: no son sólo un sistema de entretenimiento. Sacando los
lugares cruzados por una fuerte migración, como Mar del Plata y Bariloche, en
el 70 por ciento de las medianas y pequeñas ciudades del país lo primero que se
lee son los periódicos locales. La nueva ley encauzará esa necesidad en los
contenidos de TV, que hasta ahora eran repeticiones de los de El Trece y
Telefe.
O. D.: –La intención es
hacer conocer esas agendas, diferentes de las masivas. Que ese sistema
comunicacional se masifique y que circule homogéneamente como lo hacen otros
productos culturales depende de la ciudadanía, del Estado y de los privados.
Canal 10 de Tucumán tiene escuela de cine y un sistema productivo propio, pero
le cuesta producir por falta de cuadros audiovisuales. Tenemos una ley que
genera inversión desde el Estado, mientras que los privados están más
preocupados por desarmar o judicializar lo aprobado democráticamente que en ser
partícipe. La sociedad civil debe apropiarse de la ley para trasformar la
industria cultural audiovisual.
–Durante mucho tiempo el
país no tuvo una política comunicacional activa y eran los privados los que
imponían situaciones de hecho, que luego se “legitimaban”. Eso provocó un mapa
mediático que entra en tensión con el espíritu democratizador y pluralista de
la nueva ley. En este contexto, ¿el Estado debe asumir inevitablemente un rol
importante?
O. D.: –Para que la ley
pueda hacer efectiva esa vocación debería haber un compromiso del Estado y de
los privados, en términos nacionales, provinciales y municipal. El ideal sería
que el sistema funcione con un financiamiento mixto. Se pasó de la ausencia
total del Estado en términos de políticas comunicacionales a una presencia
fuerte. Eso es altamente positivo, pero la óptica de los privados debe cambiar.
D. B.: –La Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual es la tercera pata de un trípode
conformado por la reestatización de las AFJP, que te da la posibilidad de tener
fondos para distribuir, y la Asignación Universal por Hijos. Cuando uno tiene
fondos para distribuir y una asignación universal que le permite a la gente
tener acceso a productos primarios puede seguir democratizando esos fondos. La
ley audiovisual democratiza la cultura.
O. D.: –Las nuevas tecnologías
y la decisión de gestión de Estado están pensando el futuro de la comunicación
audiovisual en el país, incorporando las nuevas generaciones de estudiantes de
cine. Encuentro es un modelo, como lo fue Telesur en otro. Es interesante que
nosotros, desde Buenos Aires, podamos ver una serie de un chaqueño hecha con un
equipo íntegramente de Chaco. ¿Cuándo se vio algo así? Nunca, porque nunca
estuvo en discusión la posibilidad de cambiar las reglas de juego. La calidad
es subjetiva, pero el hecho de tener la posibilidad de narrar otra realidad, o
la misma con otros ojos, es revolucionaria de por sí.
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