Cineclub Km3 - Comunidad Cinéfila: LA CHICA DEL SUR

viernes, 19 de abril de 2013

LA CHICA DEL SUR


PALABRAS DEL DIRECTOR
En mi adolescencia, a fines de los años ‘70 en Argentina, durante la última dictadura militar, me enseñaron que revolucionario y subversivo eran malas palabras. Me enseñaron esto en la escuela y me bombardeaban
con la idea desde la TV. También en mi casa, envuelta en una atmósfera de miedo por aquellos años. Esas dos palabras siembre iban ligadas maliciosamente a una tercera: marxista. La idea del Marxismo nternacional era algo temible de lo que había que protegerse.
A mediados de los ’80 volvió la democracia a la Argentina y empecé a estudiar cine y a hacer cortos en Súper 8. Con uno de ellos viajé a un festival de cine amateur en Cipolleti, Rio Negro. Ahí conocí a una chica
que recién había salido del colegio, como yo, y estudiaba periodismo. Nos enamoramos. En los meses siguientes viajé varias veces para verla hasta que uno de los viajes fue muy breve: “Hola… Chau”. Creo que por primera vez sentí que se acababa el mundo.
Un par de semanas más tarde no dudé en negociar con mi hermano mayor -sumergido en los avatares de la política local- la posibilidad de ocupar su lugar en una excursión a las antípodas, el lugar más cercano al que quería ir.
Cuando llegamos a Norcorea el miedo acerca de los revolucionarios marxistas se desvaneció rápidamente. No había nada que temer de esos miles de jóvenes que llegaban desde todas partes del mundo. No eran diabólicos y hasta simpatizaba con la mayoría de sus consignas, no importaba cuan utópicas fueran. La mayoría de ellos no sólo criticaba a viva voz al Imperialismo norteamericano, sino que también criticaban en voz baja, o con silencios explícitos, al Imperialismo Soviético que financiaba el Festival y al totalitarismo Norcoreano que lo organizaba. Y hasta al gobierno chino, que acababa de asesinar a cientos de estudiantes que protestaban contra la burocracia en el poder al grito de La internacional.
Casi todos tenían una intención reprimida de subvertir un orden que consideraban injusto. Faltaban sólo cuatro meses para que cayera el Muro de Berlín y un par de años más tarde la disolución de la URSS terminó de dejar claro que el sentido de algo revolucionario tenía que ser buscado más allá de las estructuras estancadas y corrompidas del socialismo real, que lamentablemente también había arrastrado en sus ruinas las mejores utopías.
Hubo una sola persona, Lim Sukyung, la chica del sur, que transformó para siempre, con sus gestos verdaderamente subversivos y revolucionarios, mi recuerdo de aquel verano del ’89.
Desde una edad en la que las pasiones políticas pueden llegar a entremezclarse de manera vehemente con los amores que uno cree que duraran por siempre. Hasta un tiempo en el que, como reflexiona el célebre
historiador Eric Hobsbawm, no sólo no sabemos adonde vamos sino que tampoco sabemos hacia donde deberíamos ir.

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